Historias de un sábado amarillo, el más americanista de la década. Odiseas que convergen en las fauces del monstruo con 80 mil cabezas, ese que aguardó seis años para estremecer a todo un país con su rugido.

Día para sacar del armario las elásticas azulcremas. No falta un solo modelo, aunque se trata de una pasarela exclusiva, reservada para los apellidos más ilustres en la historia de un club con abolengo.

Borja, Reinoso, Batata, Outes, Brailovsky, Tena, Ortega, Blanco, Zaguinho, Cabañas… Hasta El ‘Piojo’ López llegan al Estadio Azteca. Su transporte es el corazón de un pueblo tan presumido como castigado durante los más recientes años, tiempo en el que Christian Benítez ha logrado colarse en la más celestial de las cortes americanistas.

Ningún número se multiplica más en las gradas de Santa Úrsula que el 11, siempre acompañado por el mote que impulsa los sueños americanistas: Chucho. Copyright de ese depredador que pasó de villano a héroe. Sus equivocaciones en momentos cruciales han sido guardadas en el baúl del olvido. Cuando sale a calentar, unos cuantos minutos después que el resto de sus compañeros, es ovacionado cual “rock star”.

Protagonismo que se acentúa debido a la mala jugada que el tránsito capitalino le juega al Monterrey. Los dirigidos por Víctor Manuel Vucetich llegan tarde al inmueble. Apenas tienen tiempo para aflojar los músculos.

Sui géneris travesía que se une a las de quienes son devorados por la feroz reventa. Casi 80 mil personas asisten al duelo, pero muchas lo hacen vía el mercado negro, que cotiza las preciadas entradas hasta en dos mil pesos. El costo en taquilla era de 200.

Abuso ignorado por aficionados sedientos de gloria. Hacía seis años y medio que el América no jugaba como local una vuelta de semifinales. Recuerdo tan lejano como doloroso, porque el Guadalajara le eliminó aquella noche (Apertura 2006).

También están los que vienen desde el norte, ya sea en autobús. Sólo los verdaderos afortunados se presentan en Santa Úrsula sin las secuelas dejadas por un trayecto de 14 horas en autobús. Allá, en la cabecera sur, tienen su fiesta aparte, opacada por los seguidores de las Águilas.

El “¡Vamos América!” retumba con la fuerza de la ilusión. Magia del amor puro, que no tiene condiciones, por más tristezas que provoque. Amarguras convertidas en anécdota en el sábado más amarillo de la actual década.

Carlos Blanco tenía razón. En su inmortal letra, el compositor del himno americanista asegura que “cuando las Águilas atacan con coraje y con fe, tiembla el estadio, casi estalla, cuando llegan al gol”.

Y el Azteca amaga con derrumbarse cuando Raúl Jiménez por fin supera a Jonathan Orozco. Entonces sí, las miles de historias escritas se entrelazan con el añorado grito que anuncia el retorno del América a una serie por el título del futbol mexicano.

Borja, Reinoso, Batata, Outes, Brailovsky, Tena, Ortega, Blanco, Zaguinho, Cabañas y El Piojo López celebran en la enardecida tribuna, aunque sea en espíritu.

Clímax de un sábado en Santa Úrsula, el más amarillo de la década. El monstruo de 80 mil cabezas despertó.