Guadalajara.- Él está parado ahí. Sin esa máscara que le quita, metafóricamente, la condición de humano. Es una persona más. Un hombre adolorido, que no se ha separado un solo instante del féretro a lo largo de toda la misa. El ‘Hijo del Perro Aguayo’ no es su familiar. Pero ‘Rey Mysterio’ sufre su partida. Por eso, a menudo lleva los dedos a sus ojos, para limpiar inevitables lágrimas.

Es la capilla del Parque Funeral Colonias de esta ciudad, donde se brinda un sentido adiós al luchador de 35 años, fallecido la madrugada del sábado pasado.

‘Rey Mysterio’ se encontraba aquel viernes sobre el mismo cuadrilátero. Fue él quien propinó al‘Perrito’ unas patadas al pecho que lo hicieron caer de espalda sobre la lona. Según el médico de la familia, en ese instante ocurrió la lesión que provocó la muerte. Y aunque todas las partes involucradas han aclarado que se trata de un lamentable accidente propio de un deporte de contacto, no son pocas las voces que lo han señalado como culpable. Carga su propio dolor.

Nada es más duro, dicen, que perder a un hijo.Don Pedro Aguayo, el célebre ‘Can de Nochistlán’, permanece en la primera fila, junto a su esposa, Luz Ramírez. Durante la misa, no se acercan al féretro para formar parte de la guardia a su alrededor. El que sí se mantiene ahí, de pie durante toda la liturgia, es ‘Rey Mysterio’. Su sufrir, sin duda, no se puede comparar con el de la familia. Pero es, quizá, el más cercano. Vive su propio duelo.

Óscar Gutiérrez Rubio, el hombre sin máscara y no el que fuera luchador de la WWE, rompe es posición sólo una vez, cerca del final, para dar unos pasos hacia los padres del ‘Perrito’ Aguayo y desearles paz, con un estrechón de manos. Es uno de los momentos más emotivos. No estuvo presente en el velorio. Pocos imaginaban que acudiría a la misa de cuerpo presente. Pero ahí está. Sufre su propio dolor.

Al regresar junto al ataúd, escucha al sacerdote. Enseguida, para finalizar, los padres del ‘Perrito’pasan al frente de la congregación. Es la madre, Luz Ramírez, quien toma el micrófono. “La familia Aguayo Ramírez les da infinitamente las gracias por todo el cariño y apoyo que nos dieron, en este lamentable suceso. Dios nos prestó a Pedro 35 años. La lucha se lo llevó. Pero nos queda el pequeño consuelo de que se fue haciendo lo que más le gustaba hacer. Descansa en paz, hijo mío”, dice, al tiempo que mira fijamente el ataúd.

Aplausos cargados de tristeza invaden el recinto. La misa ha terminado. El personal de la funeraria saca el féretro, despedido entre vítores de su gente.

“Perrito, no te olvidaremos”, dice una aficionada llegada desde Tala, Jalisco, que no para de llorar, con una fotografía del luchador en la mano izquierda y una rosa blanca en la derecha, que deposita sobre el ataúd.

Poco a poco, la capilla se vacía. Todos se van… casi todos. ‘Rey Mysterio’ se “derrumba” en una banca de la segunda fila. Sostiene su cabeza con ambas manos. Mirada al piso. Brotan lágrimas. El luchador está inconsolable. Hay quienes lo señalan como “culpable” de un accidente. El peso es demasiado. Se acerca ‘Latin Lover’. Lo mismo hace ‘Konnan’. También el ‘Rayo de Jalisco’. Compañeros de profesión buscan darle consuelo.

Se queda algunos minutos ahí. Termina sólo rodeado por la gente de su equipo. Los mismos que lo custodian cuando por fin decide abandonar el lugar, para evitar que sea entrevistado o siquiera fotografiado. Los restos de Pedro Aguayo Ramírez van al crematorio. Y su familia lleva consigo el sufrimiento más grande y difícil de digerir.

Óscar Gutiérrez Rubio ya no lo acompaña. Entiende la privacidad del momento y toma otro rumbo. ‘Rey Mysterio’ se va. Para él, la vida sigue. Pero se va inconsolable. Sufre la pérdida. Y es que el misterio de su dolor tal vez radique en que la muerte del ‘Hijo del Perro’ Aguayo, por más que se haya tratado de un accidente sobre el ring, es algo que nunca olvidará. Es el peso de los recuerdos.