Cruz Azul no es sólo un equipo, es también un poblado humilde con calles estrechas y un estadio como corazón. Es en el estado de Hidalgo, a casi dos horas de la capital del país, donde se mantienen las raíces del ocho veces campeón.

En la Ciudad Cooperativa, a espaldas de la cementera, se respira paz a toda hora; salvo el Centro Comercial Cruz Azul, los negocios locales son modestos y acogedores, incluido el Centro Educativo Cruz Azul, un diminuto colegio privado cuyos uniformes son del color tradicional del club.
Hace más de 40 años que el primer equipo celeste abandonó el Estadio 10 de diciembre, que ha quedado casi inhabitado tras la desaparición de Cruz Azul Hidalgo del Ascenso MX; ahora el inmueble sólo alberga actividad de Segunda División, con dos equipos que comparten sede.

Hoy las puertas del lugar están abiertas de par en par; cualquier curioso puede acceder al graderío sin autorización alguna, e incluso puede pisar el empastado donde la Máquina logró sus primeros dos campeonatos en el Máximo Circuito sin inquietar a algún elemento de seguridad.

Aún en temporada vacacional el césped es cuidado con recelo, con la misma dedicación se trata la zona de bancas y un par de arbustos con el nombre del equipo que se hizo leyenda en el Distrito Federal, pero que siempre tendrá su casa en el municipio de Tula.

El graderío es discreto, y sólo una zona detrás de las bancas cuenta con butacas; el resto de la tribuna es de concreto, apenas dividido con enrejado entre las porterías y el espacio destinado al marcador, que aún no es alcanzado por la última tecnología.
A pesar de la facilidad para acceder al lugar, los administrativos apenas se atreven a pronunciar palabra alguna con relación al club y al mantenimiento del complejo; su silencio está lleno de intriga, pero es comprensible considerando que los empleados trabajan bajo el rigor de un sindicato.

En las calles aledañas al recinto deportivo también abundan las referencias celestes; distintos locales presumen con orgullo banderas alusivas al equipo de futbol, cuyo logo es adoptado por igual en torterías, tiendas de abarrotes y algunas otras de autoservicio.

Además de la admiración que se profesa por el club, los habitantes de Cruz Azul tienen en Guillermo Álvarez Macías al más grande ídolo, a quien se recuerda con orgullo como ‘El Paladín del cooperativismo nacional’.

El hombre que acuñó las más grandes glorias del primer equipo es honrado de todas las maneras posibles, incluida la fundación de un sanatorio de 1968 que aún lleva su nombre, y la construcción de un busto erigido el 10 de diciembre del ’89 con el que se le rinde tributo al también directivo de uno de los grandes del balompié nacional.

En pleno 2016, y a la distancia geográfica e histórica, se aprecia a Cruz Azul, Hidalgo, como el patrimonio cultural de un equipo que ha sido acusado de perder identidad; aquel que ya no se siente del todo arraigado a un poblado humilde y reducido, pero con la eterna ilusión de volver a ver a su equipo salir campeón.