Dinastía forjadora de esa leyenda teñida de amarillo y azul, genuinos arquitectos de la polémica esencia que es copyright de un club amado u odiado, pero siempre relevante para los millones de aficionados al balompié en México.

Son los Azcárraga, quienes han hecho del América un emporio deportivo y comercial, en poco más de medio siglo.

De ser un equipo cualquiera a formar parte de la élite. Dulce mutación iniciada la noche del 21 de julio de 1959, cuando Isaac Besudo, quien era el dueño de la institución y de los refrescos “Jarritos”, aceptó la oferta de Emilio Azcárraga Milmo, quien tenía el apoyo de su padre, Emilio Azcárraga Vidaurreta, entonces presidente de Telesistema Mexicano, hoy Televisa.

Nacía el nuevo América, el “villano favorito” de todos, ya sea los que acuden al estadio o encienden el televisor por el morbo de verlo caer.

El primer eslabón de la dinastía estuvo detrás de la operación, aunque fue Azcárraga Milmo quien planeó ese rostro polémico que le caracteriza. El objetivo era crear un coloso, sin importar lo que costara. Lo cumplieron.

Guillermo Cañedo de la Bárcena, exitoso presidente del Zacatepec durante la década de los 50, fue contratado para dar forma al actual titán amarillo. Dos años después llegó Ignacio Trelles, el director técnico más ganador en la historia del futbol nacional (siete títulos de Liga).

Para finales de 1965, las hoy Águilas ya celebraban el primero de los 10 campeonatos locales que adornan sus vitrinas, aunque con el argentino Roberto Scarone como responsable del banquillo.

Los 70 marcaron la consolidación del proyecto, mas la década de los 80 representó la cristalización de los sueños abrazados por Azcárraga Milmo, quien tuvo el respaldo de directivos como Francisco Panchito Hernández y Emilio Díez Barroso. El club logró cinco títulos en un lapso de seis años (1984-1989).

Gigante alimentado con una descomunal inyección económica y talento de los altos mandos a la hora de realizar fichajes, pero también por un aparato mediático nunca antes visto en el balompié nacional.

Sui géneris impulso que hizo realidad lo que Azcárraga prometió cuando adquiró al club: “Voy a convertir al América en un negocio redituable y en un equipo ganador. Nunca pasará desapercibido”.

Antagonista por excelencia de todos, en especial del Guadalajara, el hasta hace poco “niño bueno” de la película. Conjunto que importa a todos y seduce a millones gracias a esa peculiar presunción que lo hace distinto al resto, además de su extensa hoja curricular.

Eternamente relacionado con el poder y el éxito, sin importar lo que se deba hacer o gastar para alcanzar la cima.

Coloso heredado en 1997 por Emilio Azcárraga Jean, tercer eslabón de la dinastía, quien ha mantenido los principios de una familia que cambió la historia para siempre. Forjó una leyenda teñida de amarillo y azul, amada u odiada, pero sin la que no se entendería el presente del futbol mexicano.