Luis Enrique cumple sus últimos meses como entrenador del Barcelona. Al acabar su tercera temporada, “cansado”, abandonará el club para tomarse “un descanso” de la presión que ha acumulado durante estos tres años en el Camp Nou.

Desgastado, el asturiano dará un paso al lado como hizo en su día Pep Guardiola para no acabar quemado con su vestuario… Porque en el fondo, ese desgaste llega en el día a día. Y en el Barcelona eso no es una novedad.
En la primavera de 1996 Luis Enrique pasó examen médico en Madrid para fichar por el Barcelona porque, entre otras cosas, anhelaba trabajar a las órdenes de Johan Cruyff. No llegó a hacerlo porque el holandés fue despedido en mayo de aquel año y se encontró con un vestuario donde descubrió alivio en varios de sus compañeros por el cambio de entrenador.

“Los jefes somos los jefes y los indios son los indios”, era una frase, medio en broma medio en serio, que utilizaba a menudo Carles Rexach en la época y daba a entender, a su manera, que la complicidad en un vestuario tiene sus límites y que el paso del tiempo acaba, por fuerza, provocando unos roces que llegan a enrarecer relaciones que se supondrían intocables.

La felicidad del Dream Team fue tan cierta como verdad es que aquel equipo de leyenda guarda en su recuerdo íntimo más de una discusión y de uno, dos y tres desencuentros de los jugadores con el entrenador. Michael Laudrup se marchó porque “ya no le aguanto más”, Andoni Zubizarreta se sintió “traicionado”, Eusebio se dijo “engañado” o Julio Salinas enfatizó que el holandés “nos ha tomado el pelo” cuando el disfrute dio paso a las crisis y a varias salidas con mal sabor del club.
El final de Luis Enrique no es, a fin de cuentas, tan diferente al de otros entrenadores, en el Barcelona o en otros clubs, que se han agotado al atender demasiados escenarios. “Yo solo quiero ser entrenador, no me gusta ser policía, ni portavoz ni relaciones públicas” explicó, allá por 2011 Guardiola, dando a entender ya síntomas de ese cansancio, más mental que físico o profesional, que le atosigaba.

EL CAMERINO

Explicó en Catalunya Radio el periodista Oriol Doménech, buen conocedor de las interioridades del Barça de Guardiola, que en una charla con el entrenador, éste le dio a entender la dificultad en la relación con una plantilla en la que el ego de todos los jugadores les creía dar derecho a jugar siempre y siempre en su posición deseada. Y que cuando decidía sacar de su puesto a ‘X’ tenía que convivir con un mal humor evidente durante unos días. Ni que decir tiene si este ‘X’, titular habitual, era apartado al banquillo…
Quienes creen que la relación con los periodistas y la presión de los medios de comunicación tienen mucha trascendencia en la cuenta atrás de un entrenador deberían atender al desgaste del día a día en su verdadera labor íntima de la gestión del vestuario porque es ahí donde se sitúa una de las grandes claves.

Dijo Luis Enrique que su relación con sus jugadores era “ideal” pero soltó inmediatamente una frase curiosa: “Con el paso del tiempo creo que mantendré buena relación con la plantilla”. Y eso devuelve al pasado. Laudrup, Eusebio, Zubizarreta, Salinas, Ronald Koeman y demás solo tienen, desde hace muchos años, buenas palabras para Cruyff. Aunque en su momento llegasen a despotricar del holandés.

Tal como Gerard Piqué o Samuel Eto’o recuerden con cariño y respeto a Guardiola, Lionel Messi tenga en un pedestal al mismo Frank Rijkaard por el que se consideró en un momento, 2006, ninguneado o Víctor Valdés no quiera decir una mala palabra de Louis Van Gaal. Ni en el Barcelona ni en el Manchester United…