Se está haciendo ya una rutina, ver en el resumen del fin de semana de los partidos de futbol, color de algún encuentro,  un tiempo especial en donde se habla la violencia que se desarrolló en tal o cual partido.

Considero al futbol como un arte, es un deleite visitar el estadio y vivir desde el graderío cada una de las sensaciones que la afición a una camiseta te hace sentir.

Desde que llegas eso ya es toda una sensación, sabes que vas a desvivirte en la tribuna, vas a sufrir tal vez, o a enamorarte más.

Vibras cuando salen a la cancha, te emocionas si ves que asechan la portería rival y te decepcionas con un gol en contra, les reclamas como si estuvieras a lado suyo, pasas de reclamar a alentar, festejas un gol al son de las barras que tocan sus instrumentos, y puntualizando en Ciudad Victoria el sonido de la sirena es especial, es futbol.

Somos aficionados a un equipo, amamos los colores, te ofendes si lo insultan, si pierdes y se burlan te enojas, te dan ganas de ir encima del que se burla… y entonces… se avecina el problema.

Podemos analizar mil veces el porqué de los actos vandálicos y no tengo otra explicación más que, los principios y la educación de la mano de saber controlar tus pasiones, y esto es clave y no solo para el futbol. CONTROLAR TUS PASIONES, saber que es un juego, que siempre va existir el insulto de club a club, tú mismo lo haces cuando gana el tuyo y el otro no.

Y aquí escribimos la palabra prudencia, esa tan ausente en tantas acciones que nos perjudican y perjudican a otro. También debo agregar el toque que le da la bebida embriagante a la forma de actuar de quienes encabezan la pelea.

Pero cuando es con la policía…aquí sucede algo diferente, no es que el policía insulte el club, no. Creo que los aficionados, no todos por supuesto, tienen la guerra declarada a los guardianes del orden, sí, se que ellos también son personas que muchas veces se olvidan de su labor y abusan de su facultad de poder.

Apenas vi como unos aficionados empiezan a agredir a los policías que se encuentran resguardándolos, les quitan los cascos, escudos y empiezan a golpearlos.  ¿Aquí que pasó?

Me pregunto si los agresores se ven después en la tv y no les da un poquito de pena ser protagonistas a la mala, pero como dice Valdano,  “La tribuna es un palco perfecto para que el gamberro (fanático) se vuelva célebre; a través del acto de vandalismo llega a tener cierta consideración pública”.

Y sí, el muchacho que se arma de valor para golpear, tiene muchos porqués, entre el coraje ya nato hacia la policía, se siente con el reto de saberse más que el uniformado.

Y entonces se viene un mundo de comentarios, que si la seguridad es poca, que están mal organizados, que las medidas de seguridad del estadio, sí, totalmente de acuerdo en que se debe tener una estrategia de seguridad bien organizada y elementos capaces de tener la inteligencia ante cualquier bronca que se presente, pero en inicios, ésta es  para los casos en extremo que se presenten.  No debería ser una constante en cada partido.

Todos los seres humanos debemos tener conciencia de lo que hacemos y tal parece que las personas que no soportan la derrota, se transformen en seres in inteligencia que se guían solo por el instinto.

El futbol es el pretexto perfecto para quienes tienen la necesidad de expresar con acciones su enojo.

Entonces el problema va mas allá de una buena estrategia de seguridad, es una raíz que depende de la casa y parece imposible entonces, luchar contra los “mal educados” que van al estadio para agredir.

Concluyo, pues,  que lo ideal es entonces tomar medidas estrictas, como esa que prohíbe la visita de las porras de visita. Y aquí queda perfecto la frase: “Pagan justos por pecadores”.

Lástima que lleguemos a esas medidas, y es que un partido de futbol tiene su sabor precisamente en esa rivalidad sana que se vive en la tribuna. Ver las gradas de un color y otro, la pelea de cantos y gritos de apoyo, es más, hasta el “chiflido grosero”, ese que todos conocemos, hasta ese,  le da un toque, un sabor único al futbol.

Todos los aficionados, deberíamos hacer planas de la famosa lección de Priamo a Aquiles: “Incluso entre enemigos, puede haber respeto”.